domingo, 23 de noviembre de 2014

Por las milésimas de segundo.


Cuando amaneció, ella ya estaba preparada para partir. Lejos, decía ella. Pero aún no sabía hasta dónde llegarían sus pies. Tal vez los perdiera por el camino, o tal vez se le adelantaran a ella. No sabía pero sí sabía. Sabía qué podría encontrarse, pero aún no había fortalecido un plan de defensa. O peor aún, de ataque.
Cuando abrió la reja de su patio, tuvo que enfrentarse a su primer puzzle. Volver y avisar de su ida o seguir hacia delante. Como si nunca hubiera nacido. Como si nunca se hubiera sacado una foto. Se llevó consigo, pues, todo olor, tacto, visión de lo que era. Nunca habría un futuro. Y ella lo sabía.
Cerró, sin llave. Cruzó la calle con prisa y corrió por esa misma acera hacia la parada. Años atrás ella nunca se hubiera imaginado que podría correr por esas calles. Vivió demasiado encerrada en cajas de porcelana para creer que no había mayor locura que fallar a la hora del té por falta de hierbas. Como era de esperar, a estas alturas ella no podía acordarse del pasado.
Cuando menos se lo esperó, llegó el autobús. Estaba vacío cuando entró, y siguió así hasta que ella llegó al fin casi a su destino. A partir de ahí tocaba ir a pie.
Cogió aire y cerró los ojos. Alzó su rostro al cielo, como si se tratara de una de esas películas en las que te elevas al cielo, como si supieras que estás en tu hogar.
Entonces abrió los ojos y caminó. Era un pueblo rústico, de esos que salen en los documentales gastronómicos y raramente en programas de TV por cualquier otra razón. El tacto del calzado a penas sin suela con el camino de piedras era casi indescriptible. Solo a unos pasos comenzaría su aventura. Ya, no es una de Indiana Jones. Era una de amor.
Supo que en el momento que decidiera darlo todo por alguien el resto le daría la espalda. Dejarla de lado. Como si no existiera.
Aunque tal vez esa aventura nunca llegara a dar el visto bueno, ella, hasta que no viera cara a cara la realidad tal y como era, no dejaría que las estrellas se quedaran dónde siempre. Movería y cambiaría la tierra de órbita si hiciera falta para que todo fuera bien. O medianamente.

Cómo en un cuento de hadas, ella a veces pensó que con salir no bastaba. Que a la ‘’princesa’’ todo llegaba. Pero eso era falso. Debía llevar encima jeringas de adrenalina para salir viva. 

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